Entre las que se han entregado ha aparecido esta "joyita" que quiero compartir, la autora es Julia Ventura Acevedo de 2º ESO D. A mí me ha parecido estupenda ¿y a ustedes?
Autobiografía
literaria
Abril.
Ese fue justo el nombre que se le pasó por la mente a mi madre antes de tenerme
¿acaso tenía una obsesión con los meses del año? Porque para no tenerla si me
había puesto finalmente Julia, ¿les tengo que hacer recordar que julio es un
mes? no creo que sea necesario. Y la gota que colmó el vaso fue cuando nací en
el mes de abril, ¿se imaginan una Abril que hubiera nacido en abril? porque yo
no.
Junio. Mes
en el que llegué a la conclusión de que a lo mejor era demasiado perfeccionista
para ser sólo una niña de cinco años, demasiado pequeña para coger las galletas
de la alacena, demasiado pensativa para expresarme siempre de la misma manera y
extremadamente autónoma como para creer que cruzar un paso de peatón sin ir de
las manos de mis papás era sinónimo de libertad.
Julio.
Pocas veces había desobedecido a lo largo de mi vida, pero no me gustó que
abuela me mintiera diciéndome que las chispitas blancas hacían más dulce ese
extraño líquido llamado café. Tendría que haber mantenido precaución antes de
que la sustancia se deslizara por mi garganta como una cascada de aguas
termales en mi boca. Estaba amargo, sí; estaba caliente, sí; estaba enfadada,
también. Pero al tirar la taza al suelo no pensé que Murfi vendría y empezaría
a lamerlo para luego empezar a correr por toda la casa. ¿Abuela, me perdonas?
Agosto.
No me gusta mi pelo y que mamá se empeñe en cortármelo como un niño no ayuda.
Tampoco le encuentro una explicación a que me ponga trabitas en el flequillo si
sé perfectamente que, aparte de que no me sujeta los mechones que me tapan la
vista, eso no me hace más femenina. Pero no se lo diré porque no quiero que se
ponga triste.
Septiembre.
Siempre me he preguntado por qué se dividen las gotas de lluvia al aterrizar en
el cristal del coche, pero papá mantiene una conversación en este momento con
mi yo distante y no quiero interrumpirlo con teorías de niña pequeña. Mariposas
llenan mi estómago a medida que llegamos a nuestro destino, no quiero ir a un
colegio nuevo.
Octubre.
Mis padres creen que pienso demasiado las cosas, que podría hacer mil hipótesis
de una idea y que podría inventar un millón de colores más para el arcoíris.
Creen que si mirara al cielo vería 999 dibujos más que toda la población de la
Tierra. Que si mi mente tuviese alas ya estaría descubriendo nuevos sistemas
solares y que si fuese un cometa, mi estela dejaría huella para siempre en el
espacio. Pero, ¿y si deseara no pensar tanto?
Noviembre.
Un extraño regalo me sorprendió en la mañana. Este respiraba y se encontraba en
una cuna a un lado de mi cama. Con la tez morena y apenas cabello en la cabeza;
con sus pequeñas y gorditas manos extendidas en la manta; con su respiración
tranquila y exhausta y más abajo, un cartel que decía: Julia, te presentamos a
tu nueva hermanita.
Diciembre.
Me encontraba sentada en el banco de la parada de la guagua, esperando a que mi
padre saliese de la tienda que estaba justo en la carretera de en frente. Un
chico se sentó a mi lado y me encogí con timidez sobre mí misma por lo
intimidante que me resultaba. Tenía los ojos de un azul tan profundo como el
océano y vestía todo de negro, como si se escondiera de las sombras. Yo tendría
unos once años cuando aquello pasó y era lo suficientemente observadora como
para saber que ese chico huía de algo. También capté un pequeño tatuaje que
sobresalía de una de sus muñecas, eran palabras; desde mi perspectiva no se
apreciaba bien lo que tenía escrito, así que me acerqué aún más para intentar
leer lo que decía. Él se percató de lo que estaba haciendo, así que, sin emitir
sonido alguno, me tendió la mano para por fin saber qué decía y me sonrió.
Minutos más tarde, papá volvió y me fui con él pensando en lo que acababa de
leer: “La esperanza es el sueño de una persona despierta”. Oficialmente, se
convirtió en mi frase favorita.
Enero. El arte era una parte esencial de mi rutina diaria, aunque vivir
en una ciudad llena de coches, edificios y alboroto no era muy inspirador que
digamos. Así que dibujaba y pintaba, mayoritariamente, cosas sin sentido. Un
día me levanté con interés, así que comencé a mirar y a pensar con cautela en
algún detalles que hiciera lógicas mis obras, hasta que les encontré un sentido
racional y abstracto que con el tiempo se fue moldeando a través de mi forma de
pensar.
Febrero.
Nunca me paré a reflexionar en si a mi madre le gustaba escribir poemas y
relatos cortos, pero sorprendentemente, así era. Puede que mi pasión por la
literatura y todo lo referido al mundo de las artes como la fotografía, la
pintura y la música fuesen heredadas de ella. Entonces yo también me planteé
empezar a escribir; a escribir una historia, una novela. Quizás, y sólo quizás,
eso haría quitarme un peso del alma.
Marzo. Volvía a acercarme al inicio y tenía doce años, sólo faltaba un
mes para cumplir los trece y seguía teniendo mi singular característica, pensar
demasiado. Así que aproveché esos años de existencia para volverme a replantear
algo.
Podía jurar que ahora sí que me imagina a una chica llamada Abril nacida
en abril y, Dios mío, cómo me gustaba ese nombre.